VATICANO - AVE MARIA por Mons. Luciano Alimandi - Convertirse cada día

miércoles, 20 febrero 2008

Ciudad del Vaticano (Agencia Fides) - El tiempo de Cuaresma debería ser para todo cristiano un momento crucial, acentuando el cambio de pensamiento y de vida que se hace cotidiano en aquel que quiere seguir realmente a Jesús. En el Evangelio la palabra “cotidiano” se repite muchas veces, por ejemplo, hablando de las exigencias del seguimiento de Cristo, el Señor afirma: “cada día” es necesario tomar la propia cruz para seguirlo (cf. Lc 9, 23). “Cada día” es sinónimo de “totalidad”, de donación que precisamente porque es “cotidiana” se renueva y no se fragmenta, no se debilita. Como el agua viva que, fluyendo en continuación se mantiene fresca y limpia, así la vida espiritual se mantiene viva recibiendo continuamente la gracia que brota de Jesús. De esta manera podemos entender bien la necesidad de “rezar incesantemente”.
Una gran tentación en el camino de la conversión es la de detenerse, la de “estancarse”: permaneciendo los mismos de siempre, no nos renovamos y nos engañamos a nosotros mismos y a los demás con un “cristianismo” hecho de hábitos y de “metas alcanzadas”. El camino de la Cuaresma nos invita a remover esa ilusión, la palabra de Jesús nos dice más fuerte que nunca: “convertíos y creed en el Evangelio”. La conversión para ser autentica no se puede detener; el verdadero cristiano experimenta la dinámica de la conversión como un camino de seguimiento de Jesús que no se puede interrumpir, porque a nivel espiritual quién se detiene retrocede. “Ninguno que poniendo su mano al arado mira atrás, es apto para el reino de Dios” (Lc 9, 62)
Para no interrumpir la propia conversión, es decir el camino para llegar a ser cristianos, no tenemos otra posibilidad que la de convertirnos cotidianamente: cada día negarnos a nosotros mismos y nuestras ambiciones con la fuerza dinámica del amor. El egoísmo tiene su propia dinámica que es también cotidiana y que nos empuja a buscar satisfacer nuestro “ego”. Sólo dándose integralmente al Señor, día a día, el discípulo se conforma cada vez más a Su Maestro y podrá alcanzar así la alegría, la luz y el amor.
Si el cristiano se lamenta de no poseer la alegría, la luz y el amor entonces no le queda sino hacer un profundo examen de conciencia para descubrir aquellos espacios donde aún prevalece la fuerza del egoísmo sobre la dinámica de la conversión.
Dios no es avaro de sí mismo, no se guarda, sino más bien es el hombre quién no se dona, como lo describe muy bien Santa Teresa de Ávila: “pues en llegando a tener con perfección este verdadero amor de Dios, trae consigo todos los bienes. Somos tan caros y tan tardíos de darnos del todo a Dios, que, como Su Majestad no quiere gocemos de cosa tan preciosa sin gran precio, no acabamos de disponernos” (Vida, cap. 11, n. 1).
Nos cuesta mucho morir a nosotros mismos, pero el resultado que podemos alcanzar es el más grande: hacer que Jesús viva en nosotros. Además no es posible una dinámica de conversión que no suponga un cotidiano “negarse a uno mismo” que nos permita, precisamente, vivir para Jesús. La palabra de Dios nos indica claramente que sólo los que se pierden a si mismos, los que se donan por completo a Dios logran verdaderamente encontrarse con Él y gozarlo ya desde acá: “buscarás al Señor tu Dios, y Lo hallarás si Lo buscas con todo tu corazón y con toda tu alma” (DT 4, 29). El camino cuaresmal es, por lo tanto, un camino de donación y de abandono a Dios, que culmina en la Pascua con un nuevo nacimiento en Jesús. El Santo Padre Benedicto XVI describe la dinámica con estas iluminadoras palabras: “La invitación de Jesús a cargar con la propia cruz y seguirle, en un primer momento puede parecer dura y contraria de lo que queremos; nos puede parecer que va contra nuestro deseo de realización personal. Pero si lo miramos bien, nos damos cuenta de que no es así: el testimonio de los santos demuestra que en la cruz de Cristo, en el amor que se entrega, renunciando a la posesión de sí mismo, se encuentra la profunda serenidad que es manantial de entrega generosa a los hermanos, en especial, a los pobres y necesitados. Y esto también nos da alegría a nosotros mismos. El camino cuaresmal de conversión, que hoy emprendemos con toda la Iglesia, se convierte, por tanto, en la ocasión propicia, ‘el momento favorable’ (cf. 2 Co 6, 2) para renovar nuestro abandono filial en las manos de Dios y para poner en práctica lo que Jesús sigue repitiéndonos: ‘Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame’ (Mc 8, 34), y así emprenda el camino del amor y de la auténtica felicidad (...) Pidamos a la Virgen, Madre de Dios y de la Iglesia, que nos acompañe en el camino cuaresmal, para que sea un camino de auténtica conversión. Dejémonos guiar por ella y llegaremos interiormente renovados a la celebración del gran misterio de la Pascua de Cristo, revelación suprema del amor misericordioso de Dios. (Benedicto XVI, Audiencia General del 6 de febrero de 2008). (Agencia Fides 20/2/2008; líneas 56, palabras 878)


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