VATICANO - Carta del Santo Padre Benedicto XVI con ocasión del XVI centenario de la muerte de San Juan Crisóstomo: " fue extraordinario por el ardor misionero; él envió misioneros a difundir el Evangelio a aquellos que todavía no lo habían oído”

viernes, 9 noviembre 2007

Ciudad del Vaticano (Agencia Fides) - "Me alegro… que la circunstancia del XVI centenario de la muerte de san Juan me brinde la oportunidad de revivir su luminosa figura y de proponerla a la Iglesia universal para la edificación común " afirma el Santo Padre Benedicto XVI en la Carta dirigida a los Obispos y a todos los fieles, con ocasión del XVI centenario de la muerte de San Juan Crisóstomo, Obispo y Doctor de la Iglesia. La Carta, que lleva la fecha del 10 de agosto del 2007, se hizo pública el 8 de noviembre, con ocasión la celebración del Congreso Internacional sobre San Juan Crisóstomo que se desarrolla en Roma del 8 al 10 de noviembre.
El Santo Padre recuerda que a San Juan Crisóstomo "mira con veneración los cristianos de todos los tiempos" y que en la Iglesia antigua se distingue por haber promovido aquel 'fructuoso encuentro entre el mensaje cristiano y la cultura helénica' que tuvo un impacto duradero en las Iglesias del oriente y occidente'… Los Pontífices romanos siempre han reconocido en él una viva fuente de sabiduría para la Iglesia y su atención por su magisterio se ha aguzado a lo largo del último siglo”.
San Juan Crisóstomo nació en Antioquía de Siria a mediados del siglo cuarto. Todavía joven, pidió el bautismo y abrazó la vida ascética. Después de un período en el desierto de Siria, volvió a Antioquía donde sirvió a la Iglesia como lector y luego diácono. En el 386 fue llamado al presbiterado por Flaviano, Obispo de Antioquía. "Durante los doce años de ministerio presbiteral en la Iglesia antioquena - escribe el Papa -, Juan se distinguió por su capacidad para interpretar las Sagradas Escrituras de modo comprensible para los fieles. En su predicación se afanaba con fervor por reforzar la unidad de la Iglesia fortaleciéndoles en sus oyentes la identidad cristiana, en un momento histórico en el que estaba amenazada desde dentro y desde fuera. Con razón, intuía que la unidad entre los cristianos depende sobre todo de una verdadera comprensión del misterio central de la fe de la Iglesia, el de la Santísima Trinidad y de la Encarnación del Verbo Divino”.
Juan fue consagrado obispo de Constantinopla en el 398, dónde “se ocupó de la reforma del clero, animando a los presbiterios, sea con las palabras que con el ejemplo, a vivir en conformidad con el Evangelio. Apoyó a los monjes que vivían en la ciudad y atendió a sus necesidades materiales, pero también intentó reformar su vida, subrayando que ellos se habían propuesto dedicarse exclusivamente a la oración y a una vida retirada". Atento a mantener un estilo de vida siempre modesta, fue generoso con los pobres. Todos los domingos y en las fiestas principales se dedicaba a la predicación. "Fue incansable al denunciar el contraste que existía en la ciudad entre el derroche extravagante de los ricos y la indigencia de los pobres, y al mismo tiempo, en sugerir a los ricos que acogieran en sus casas a las personas que no tenían hogar. Él veía a Cristo en el pobre; invitaba por ello a sus oyentes a hacer lo mismo y a actuar en consecuencia". Esto le provocó la hostilidad de algunos ricos y personas que detentaban el poder.
"Entre los Obispos de su tiempo - continúa la Carta del Papa - Juan fue extraordinario por el ardor misionero; él envió misioneros a difundir el Evangelio a aquellos que todavía no lo habían oído. Construyó hospitales por la atención de enfermos… afirmaba que la asistencia material de la Iglesia debe extenderse a todos los necesitados, sin tener en cuento el credo religioso". Comprometido, debido a su papel de Obispo en la capital del Imperio de Oriente, "a mediar en las delicadas relaciones entre la Iglesia y la corte imperial" y a "negociar una serie de cuestiones eclesiales que implicaban a otros Obispos y otras sedes" fue objeto de intrigas contra él por parte de potentes opositores, y en dos ocasiones fue condenado al destierro. Murió el 14 septiembre de 1600 en Comana del Ponto durante el viaje hacia la meta final de su segundo destierro.
Centrándose luego en el ministerio de Juan, Benedicto XVI subraya "su valiente testimonio en defensa de la fe eclesial… su generosa dedicación al ministerio pastoral… el extraordinario esfuerzo por promover la reconciliación y la plena comunión entre los cristianos de Oriente y Occidente". Juan habló apasionadamente de la unidad de la Iglesia difundida en el mundo, subrayando que esta " está fundada en Cristo, el Verbo Divino que con su encarnación se ha unido a la Iglesia como la cabeza con su cuerpo.... Para Crisóstomo, la unidad eclesial que se realiza en Cristo viene testimoniada de modo completamente peculiar en la Eucaristía".
Desarrollando la reflexión sobre los efectos de la comunión sacramental en los creyentes, Juan " exhorta con frecuencia e insistencia a los fieles a acercarse dignamente al altar del Dios… Repite incansablemente que la preparación a la Sagrada Comunión debe incluir el arrepentimiento de los pecados y la gratitud por el sacrifico realizado por Cristo para nuestra salvación". Recuerda también a los fieles que la comunión con el Cuerpo y la Sangre de Cristo “les obliga a ofrecer ayuda material a los pobres y a los hambrientos que viven entre ellos".
Al final de la Carta, el Papa Benedicto XVI subraya que "el XVI centenario de la muerte de san Juan Crisóstomo es una ocasión muy propicia para que aumenten los estudios sobre el santo, para recuperar sus enseñanzas y difundir su devoción" y desea que los Padres de la Iglesia “sean cada vez más un punto firme de referencia para todos los teólogos de la Iglesia. Volver a ellos significa volver a las fuentes de la experiencia cristiana, para saborear su frescura y autenticidad". (S.L) (Agencia Fides 9/11/2007; Líneas: 65 Palabras: 1008)


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