VATICANO - AVE MARIA a cargo de don Luciano Alimandi - “Buscar las cosas de arriba”

miércoles, 24 octubre 2007

Ciudad del Vaticano (Agencia Fides) - El Cielo no es una fábula narrada a los pequeños, mas una certeza que Jesús ha donado a sus discípulos, a todos aquellos que creen en Él y que realizan su voluntad. Lo ha prometido en modo explícito: “en la casa de mi Padre hay muchos sitios. Si no, os lo hubiera dicho. Voy a prepararos un lugar” (Jn 14, 2). ¡Qué alegría para el cristiano saber que para él el Cielo es de casa, que vale verdaderamente vivir el Evangelio y prepararse para una buena muerte con una buena vida, para poder escuchar, en el día supremo, aquella sagrada Palabra de Jesús: “hoy estarás conmigo en el Paraíso”! Vivir con Dios por toda la eternidad es el gozo más grande que pueda existir. Por ello vivir con la conciencia que estamos “a dos pasos” del Cielo debería ser fácil para un cristiano y sin embargo, con frecuencia, él constata la dificultad de acercarse al Cielo en la cotidianidad; ¿por qué sucede esto?
Para encontrar el camino hacia el Cielo, es necesario buscar las cosas del Cielo, como nos dice san Pablo: “Buscad las cosas de arriba, donde se encuentra Cristo a la diestra de Dios” (Col 3, 1). Podríamos hacer una larga lista de las cosas de arriba, nombremos algunas: la confianza, la esperanza, la caridad, la paz, la oración, la contemplación, la adoración, la reconciliación, el dar gracias, el perdón, la infancia espiritual, la humildad, la libertad, la verdad, la simplicidad, la alegría, la sabiduría, el ardor, la mansedumbre, el silencio, la eternidad... Todos dones que tienen al Señor como su propio fin, pertenecientes a la esfera de lo sobrenatural, porque son frutos del Espíritu Santo. Las cosas de abajo, que son antepuestas a las cosas de arriba, son aquellas que terminan en el pecado: orgullo, amor propio, vanidad, egoísmo, soberbia, astucia, avaricia, ira, celos, poder, honor, admiración de sí, envidia, apego a los bienes materiales...
De aquello que se piensa, uno se puede dar cuenta de que cosa se desea y de que cosa se desea se podrá juzgar si se están buscando las cosas del Cielo o si se afana por las cosas de abajo, como quien “acumula tesoros para sí, y no se enriquece delante de Dios” (Lc 12, 21).
¡Si piensas en las cosas de arriba, durante el día, significa que tu deseo está orientado hacia el Cielo! Es tan simple esta ecuación. ¡Una parte de nuestra conversión cotidiana consiste justamente en el quitar la mirada de las cosas de abajo, para mantener el corazón libre para pensar en Dios y en sus cosas! Nosotros sabemos muy bien que nuestro corazón no puede ser ocupado, al mismo tiempo, por dos deseos opuestos, no puede seguir a dos “patrones” que compiten. Como nos dice Jesús, “ningún siervo puede servir a dos patrones: odiará a uno y amará a otro o se afeccionará a uno y despreciará al otro. No podéis servir a Dios y a mamona” (Lc 16, 13). Es única la opción que Dios pone delante de nosotros: ¡quién quiera conquistar la vida y quiera seguirme, tendrá que dejar todo aquello que no corresponde a mi santidad!
El Señor, ciertamente no el hombre, ha creado el alma y ha dispuesto que esta pueda ser guiada o por el bien o por el mal, según la libre opción que la persona hará. El infierno existe no porque es fruto de la falta de amor de Dios por sus criaturas, sino porque la libertad que Él ha donado al hombre es talmente incondicionada, que esta puede, absurdamente, decirle no, optando por separarse de Él. La reflexión sobre el infierno debería llevar al hombre creyente no a dudar de Dios sino a temblar frente a la posibilidad que él mismo pueda darle las espaldas a su Creador. La conciencia de tener tal libertad debería empujarlo a la gratitud ejemplar hacia tal Creador y a decidirse por Él, por las “cosas del Padre”, según una conciencia verdaderamente formada a la luz de la Revelación divina. Por lo tanto, ¡o se decide por vivir virtuosamente, o vivirá como aquellos que viven sin Dio!
El primer esfuerzo que debe ser realizado por la mañana debería ser justamente el de buscar al Señor, sus cosas, para que durante la jornada se viva mirando al Cielo. El medio privilegiado para buscar al Señor es, sin lugar a dudas, la oración, que suscita y alimenta el deseo de Dios sin el cual sucumbimos al deseo mundano, confundiendo por algo real aquello que solamente parece, pero que real no es. “Nosotros ciudadanos del Cielo” (Fil 3, 20), parafraseando a San Pablo, ¿con qué frecuencia sintonizamos por la mañana? ¿Con aquella divina o aquella terrena? ¡Existen muchas frecuencias posibles, tantos pensamientos que pueden convertirse en dominantes según quien los domina: el Cielo o el mundo! Cada cristiano está llamado a convertirse en un apóstol del Cielo, a llevar consigo a tantas otras almas, repitiendo con confianza, la oración enseñada por la Virgen a los tres videntes de Fátima después de haberles mostrado la visión del infierno: “Cuando recitéis el rosario, decid después de cada misterio: ¡Oh Jesús mío! Perdónanos, libéranos del fuego del infierno, lleva al cielo a todas las alamas, especialmente aquellas que tienen mayor necesidad”. (Agencia Fides 24/10/2007; líneas 55, palabras 889).


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