VATICANO - “La Iglesia, en cuando depositaria del misterio de Dios Creador y Redentor, de su Palabra y de sus Sacramentos, tiene un proyecto de vida para el hombre. Tiene la tarea de anunciarlo, proclamarlo todos los días hasta el fin del mundo”: palabras de S. E. Mons. Velasco De Paolis en la inauguración del Año académico de la Pontificia Universidad Urbaniana

martes, 9 octubre 2007

Ciudad del Vaticano (Agencia Fides) - S. E. Mons. Velasio De Paolis, Secretario del Supremo Tribunal, de la Signatura Apostólica y docente de la Pontificia Universidad Urbaniana, tuvo a su cargo el discurso de apertura del Año Académico 2007/2008, lunes 8 de octubre, sobre el tema “La Misión entre universalidad y particularidad”, a lo que quiso añadir, como afirmó al inicio de sus palabras, un subtítulo: “Rol de la fe cristiana en la recomposición de las cosas en la verdad y en la unidad”. Citamos a continuación algunos pasajes de su Relación.
“Vivimos en la multiplicidad y en la fragmentación de las cosas. Es la primera constatación que continuamente aparece ante nuestros ojos. ¿Es posible seguir la huella de una cierta unidad en medio de la multiplicidad y la fragmentación? El hombre, único ser pensante que encontramos sobre la Tierra, desde el inicio de la historia de la humanidad, ha realizado intentos en ese sentido, pero, aparentemente, con pocos resultados”.
“Cuando se trata del problema de la multiplicidad de las cosas en su propia singularidad y de su unidad y nexo con el vasto mundo, las soluciones oscilan entre los extremos: por una parte una visión mecanicista y atomística, que constata y afirma únicamente la multiplicidad, la variedad, la singularidad y la fragmentación de las cosas. Por otra parte la visión panteísta, que anula todas las cosas en la realidad mundana, concebida como una sola gran alma, una única inteligencia, una única razón. La solución debería consistir en el buen sentido común, que al dar razón de las cosas, debe también respetar la multiplicidad y la singularidad, ¡y por otra parte la profunda unidad que liga la fragmentaria realidad humana!”.
“Con el advenimiento de la reflexión cristiana, tenemos una contribución específica tanto con el concepto de creación ex nihilo, como con la revelación de la caída del pecado. Los dos aspectos serán particularmente considerados, desde el punto de vista teológico, por San Agustín, y desde el punto de vista filosófico, por Santo Tomás… Contemplando la multiplicidad, la variedad de las cosas, el hombre ve en ellas una presencia divina y las inserta en un designio divino universal. El mundo adquiere su sentido a partir de Dios, que es la fuete del ser de cada cocas; y cada cosa, precisamente porque viene de Dios, nos conduce a Él. Se descubre así la ley fundamental de la teología tomista: del exitus y del reditus. El concepto de creación, caída-pecado y redención, permite leer el universo en una profunda unidad y dar valor a cada singular realidad, al ser iluminada por la presencia de Dios Creador. Esta reflexión se da particularmente en la visión e interpretación del hombre. Él es creado a imagen y semejanza de Dios”.
Esta construcción o, mejor, esta visión antropológica, que pone a Dios en el centro y ve al hombre en el misterio de Dios, une razón y fe, natural y sobrenatural, pecado y gracia, unidad y pluralidad, singular y universal, es como una maravillosa gran catedral, donde todas las partes tienen una específica belleza al interior de la visión total. Tal construcción comienza a desmoronarse con el inicio de la época moderna. Es una debacle que se da de manera gradual. La época moderna coloca al hombre en el centro; Dios no es negado, pero marginado. Pronto, sin embargo, será olvidado y finalmente negado. La visión antropológica muta profundamente. Ella atraviesa fundamentalmente dos momentos: el momento del racionalismo iluminista y el momento del positivismo cientificista. Se crea así una gran fractura: entre razón y fe; se pierde contacto con el ser, el universal es cancelado con el nominalismo, vacío en significados; lo singular se vuelve dispersión, sin fundamento y sin sentido. Todo esta reflexión se da en el campo de la vida y de la ciencia; bajo algunos aspectos tiene incidencia también en la Iglesia, la cual siente la necesidad de defender el valor de la razón y de la metafísica, y de restablecer una correcta relación entre razón y fe”.
“La exaltación de lo particular puede llevar fácilmente a la justificación de una moral situacional; puede igualmente llevar a considerar la Iglesia como la suma de Iglesias y a privilegiar las iglesias particulares, como entidades aisladas, destinadas a ser “ramos secos”. El discurso mismo, tan importante, de la inculturación de la fe y el Evangelio, en una mentalidad individualista puede llevar a privilegiar lo particular en cuanto tal, es decir la cultura, sin la debida verificación de si la cultura es fruto o no de un pensamiento pagano o cristiano”.
“El cuadro que se presenta hoy, frente a nosotros creyentes, es un desafío que no debe atemorizarnos. Por una parte el postmodernismo con su profunda crisis, que confiesa abiertamente la nada: no sabe decir nada sobre la historia del hombre y sobre su destino, ni sobre el sentido de su vida. Sabe solamente presentar los grades triunfos científicos, que terminan por infundir temor. Por otra parte está la fe del creyente que está envuelto en el misterio de Dios, de su gracia y de su amor. Sabe que ha salido de Dios y que ha sido llamado a retornar a Él. Lleva la imagen del Hijo Unigénito del Padre, tiene el don de la vida filial, llamado a vivir en comunión con Dios. Nacido del corazón de Dios, su vocación es tornar al corazón de Dios; su camino en el tiempo es el gran regreso hacia la casa del padre, con la certeza de ser siempre acogido, perdonado y reintegrado a la alegría del banquete de la vida”.
“La Iglesia, en cuanto depositaria del misterio de Dios Creador y Redentor, de su Palabra y de sus Sacramentos, tiene un proyecto de verdad para el hombre. Ella tiene la tarea de anunciarlo, proclamarlo hasta el fin del mundo. No queremos sino tocar levemente el corazón de este gran misterio: Jesús Verbo Encarnado, en el cual todo se une: el misterio de Dios y el misterio del hombre, la perfecta unidad de cada cosa y la verdad de cada cosa en su singularidad, el sentido de la historia y del universo, el cumplimiento de todo en la plenitud y en la identidad de cada cosa. Y es en el misterio del Verbo Encarnado que la historia devela toda su riqueza”. (S.L.) (Agencia Fides 9/10/2007; líneas 72, palabras 1.102)


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