VATICANO - AVE MARIA por don Luciano Alimandi - “¡Mira a la estrella, llama a María!”

miércoles, 12 septiembre 2007

Ciudad del Vaticano (Agencia Fides) - El amor de Dios se derrama en nuestro corazones cuando nos encuentra abiertos en la fe al amor verdadero, que consiste en amar a Dios por Dios y a los hermanos por los hermanos. En otras palabras el amor es auténtico cuando es gratuito, desinteresado, cuando se olvida de sí mismo y se dirige al otro: el Otro que es Dios, el otro que es el prójimo. “El amor exige siempre salir de sí mismos, exige siempre dejarse a sí mismos” (Benedicto XVI, 9 de septiembre de 2007). El amor verdadero es exactamente lo opuesto del amor propio que se cierra sobre sí mismo y no se abre y no se dona.
Esta es la condición del hombre sin la gracia: no puede donar lo que no ha recibido. Para poder amar con amor auténtico el hombre tiene necesidad por lo tanto de la Verdad-Amor que es el Señor Jesús. “Sin mi no podéis hacer nada” dice Jesús en el Evangelio; todo cristiano, de todo tiempo, se encuentra a sí mismo en estas palabras del Maestro porque las experimenta en su carne misma, a lo largo de la existencia humana. Él confía plenamente en Jesús, lo sigue cada día tomando la propia Cruz y se pierde a sí mismo para encontrarlo a Él: “Quien quiera salvar la propia vida, la perderá, pero quien pierda la propia vida por mí, la salvará”. Sólo así nos hacemos capaces de un nuevo y misterioso amor, que supero toda expectativa nuestra y nos hace personas nuevas en lo íntimo, justamente porque ya no somos nosotros sino el Amor de Dios en nosotros.
Cuantas veces, en la vida, el cristiano tiene la experiencia de este maravilloso intercambio entre su miseria y la riqueza de la gracia de Dios, viviendo así aquella extraordinaria aventura realizada por todos aquellos que se han perdido a sí mismos por el Señor y que han recibido a cambio su corazón, su pensamiento, sus intenciones y su amor. Primera entre todos fue María, que es para nosotros Madre y modelo de total donación y plena acogida de Dios, como el Santo Padre recordó recientemente: “el amor de Dios, que ‘se perdió a sí mismo’ por nosotros entregándose a nosotros, nos dona la libertad interior para ‘perder’ nuestra vida, para encontrar así la vida verdadera. La participación a este amor dio a María la fuerza para decir su ‘sí’ sin reservas (…). Plenamente disponible, totalmente abierta en su intimidad y libre de sí, dio a Dios la posibilidad de colmarla con su Amor, con el Espíritu Santo. Así María, la mujer simple, pudo recibir en sí misma al Hijo de Dios y donar al mundo el Salvador que se había donado a Ella” (Benedicto XVI, 9 de septiembre de 2007).
La Virgen, desde la Anunciación hasta la Cruz, está a nuestro lado para hacernos comprender el misterio de este amor crucificado, de este amor lleno de sufrimiento, que, si es acogido en unión con Cristo, no representa ya una amenaza, ni una derrota, sino, con la gracia redentora, se convierte para nosotros y para los demás en camino que conduce a Dios.
En este día dedicado al Santísimo Nombre de María repetimos la estupenda oración de San Bernardo, siguiendo al Santo Padre que invitó a todos a “hacerse ‘niño’ confiadamente ante María, como lo hizo el Hijo mismo de Dios. San Bernardo dice, y nosotros decimos con él: ‘Mira a la estrella, llama a María… En los peligros, en las angustias, en las incertidumbres, piensa en María, llama a María. No se aleje tu su nombre de tu boca, no se aleje de tu corazón… Siguiéndola no te pierdes, rezándole no desesperas, pensando en ella no te equivocas. Si ella te sostiene, no caes; si ella te protege, no temes; si ella te guía, no te cansas, si ella te concede su favor, llegarás a tu meta’” (Benedicto XVI, 9 de septiembre de 2007). (Agencia Fides 12/9/2007; líneas 40, palabras 665)


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