VATICANO - LAS PALABRAS DE LA DOCTRINA por don Nicola Bux y don Salvatore Vitiello - La conversión del hombre a Dios es la tarea de la Iglesia

jueves, 6 septiembre 2007

Ciudad del Vaticano (Agencia Fides) - La Iglesia Jesús la quiso para hablar de Dios al mundo y para que el hombre se convierta y viva. En cambio, cada vez más frecuentemente, nos encontramos con libros escritos por cristianos y con intervenciones públicas de los Pastores que describen o inducen a entender a la Iglesia como un fenómeno geográfico y político, al punto que se juzga su eficacia según venza o no a ‘el reto’ o más bien a ‘los retos’ - palabra preferida de laicos y eclesiásticos - propuestos a ella naturalmente y siempre por el mundo. Así se está atentos a verificar que ella defienda los derechos humanos y no las dictaduras, que proteja a los pueblos en vía de extinción más que se interese en economía, etc.
¿Pero la Iglesia está llamada a esto? ¿Es esta su misión? ¿Y es este el motivo por el cual su fundador Jesucristo la instituyó? La misma extensión global de la Iglesia, de donde le viene también el atributo de católica, se pretende que sea evaluada según los parámetros de las multinacionales: es decir, cuánto del ‘producto religioso’ de un continente ella logre colocar en otro, quizás con todas las atenciones al made in, es decir a la inculturación, otra palabra mágica que Jesús lamentablemente no conocía en el momento en que invitaba a los suyos a ir a todo el mundo. Qué importa: hoy es más importante que un misionero sepa todo sobre la cultura de los hombres de una nación, en vez de saber de su deseo de Dios siempre igual en todos los tiempos y bajo todas las latitudes. Así es, porque se ha hecho más importante entender los desafíos que las culturas y las mentalidades representan para la Iglesia que entender la llamada a la conversión que Jesús deseaba y desea dirigir a todo hombre de todo tiempo anunciándole el Evangelio, visto que, en el inicio, está la llamada a la conversión (cf. Mc 1,14-15).
Los actuales movimientos eclesiales, como las órdenes mendicantes medievales y las congregaciones religiosas modernas, se han movido de Europa para hacer conocer el nombre de Jesús a quienes no lo conocían aún, porque así llega al hombre la salud del alma y del cuerpo, o en palabras clásicas la salvación. Con este objetivo estas formaciones no son emanaciones de una mega asociación de voluntariado para resolver definitivamente el hambre o llevar la paz al mundo, u otras graves emergencias, ni los misioneros son una especie de héroes llamados a tales gestas épicas: unos y otros son parte de la Iglesia, y están llamados simplemente a realizar hoy la “nueva evangelización”, - término acuñado por Juan Pablo II pero planteado por Pablo VI, siguiendo la línea del impulso a la misión dado con la Fidei donum por Pío XII - para que el hombre secularizado europeo o norteamericano, el pobre latinoamericano, africano o asiático, sin conocer el Evangelio de Jesús permanece incluso más pobre, privado de la respuesta al sentido de su vida.
Cambian los Papas, pero la Iglesia y su misión sigue siendo la misma querida por Jesús: la conversión del hombre a Dios. La Iglesia la creó el Señor para donar al hombre el conocimiento de Sí mismo y a través suyo del Padre; por esto el encuentro con Jesús es la motivación que agota toda acción, incluso social. Y esto explica por qué a la Iglesia no le importa y no puede importarle mucho el éxito mundano o la respuesta y quizás victoria sobre los ‘desafíos’ del mundo. Cristo dijo que había vencido al mundo (cf. Jn 16,33): ¿en qué sentido? Basta que un solo hombre abandone el pecado y se convierta al amor: Deus caritas est. Si luego, como sucede, esto le ocurre a tantos, en una nación más que en otra, en un tiempo mejor que en otro, es sólo por motivo de su gracia y no del ‘plan pastoral’ - otra palabra hoy abusada que ha reemplazado a otra mucha más significativa como ‘apostolado’ -. Así renace siempre de nuevo el pueblo de Dios. Y la Iglesia tiene la única tarea de custodiar la fe del pueblo de Dios.
La conversión y la fe no dependen casi de las formas y de los modos, de la adaptación - como se dice - de las categorías teológicas elaboradas en Occidente. Dos ejemplos: a la Iglesia después de haber cuidado a todo hombre enfermo, no se le pide excogitar o apoyar planes sanitarios de prevención del Sida, sino ayudar a todo ser humano a entender que el corazón y el cuerpo, si se abstienen de toda impudicia, como dice Pablo, no contraen ninguna enfermedad física o moral; a la Iglesia no se le pide que sea mayoritaria y no minoritaria en un continente, ni se le pide comprender cómo es percibida por la mentalidad dominante, ya que su tarea no es la de entablar tratativas o, como se dice hoy, un diálogo inter-religioso, sino que su tarea es la de iniciar el único diálogo que Jesús vino a entablar con hombres religiosos o no, morales o inmorales, pero que son atraídos por Él, que tengan el deseo de abrirse a Dios y convertirse. Sólo así la Iglesia tiene “los papeles en orden” ante Aquel que la ha querido para la salvación del mundo. (Agencia Fides 6/9/2007; líneas 54, palabras 888)


Compartir: