Septiembre: “Para que, unidos a Cristo con alegría, los misioneros y misioneras superen las dificultades de la vida diaria”. Comentario a la intención misionera indicada por el Santo Padre. Por el P. Vito Del Prete, PIME, Secretario general de la Pontificia Unión Misionera (PUM)

lunes, 3 septiembre 2007

Ciudad del Vaticano (Agencia Fides) - Los misioneros y las misioneras, que en nombre de Cristo dejan todo y se dirigen a otros pueblos, iglesias y culturas, experimentan en su propia vida la dificultad de ser anunciadores del Evangelio de liberación a los pobres y a los últimos de esta tierra. Ellos llevan impresas sobre sus rostros las heridas inevitables para quienes evangelizan en la primera línea de las fronteras geográficas, antropológicas y religiosas de la humanidad. Son los signos de la radical vocación misionera de la Iglesia, cuya actividad evangelizadora es a veces fuertemente contrastada, si no impedida, por los poderes públicos. “Los anunciadores de la Palabra de Dios están privados de sus derechos, perseguidos, amenazados, eliminados por el sólo hecho de predicar a Jesucristo y a su Evangelio” (EN, 50).
La misión evangelizadora de la Iglesia, en efecto, está marcada también en estos decenios por una larga serie de mártires, hombres y mujeres, que en todas las partes de la tierra han ofrecido su sangre por la fidelidad a Cristo y por la defensa de la dignidad del hombre. Su martirio no obstaculiza la predicación del Evangelio sino que por el contrario confiere a la Iglesia una nueva vitalidad y fidelidad a Dios y a la humanidad, consciente de que “sine sanguinis effusione non fit remissivo”. El don de la vida hasta la efusión de la sangre es la prueba más fuerte de un amor sin límites por la humanidad. “Nadie tiene un amor más grande que quien dona la vida por los que ama”. Justamente el sufrir algo por el nombre de Cristo hace contentos a los misioneros. Su testimonio es contagioso y suscita en otras fuerzas eclesiales la voluntad de ponerse al servicio del Evangelio.
Son de un tipo bien distinto las dificultades que ponen en crisis a los obreros del Evangelio. Ya la Evangelii Nuntiandi indicaba algunas de éstas, que están presentes también hoy, como el cansancio, la desilusión, el acomodarse, el desinterés, la falta de alegría y de esperanza (EN, 80). Enviados de una Iglesia a otra, por causa del Evangelio, los misioneros muchas veces se sienten en el limbo de las relaciones humanas y eclesiales: apartados de su comunidad de origen, y no plenamente aceptados por las comunidades eclesiales donde sirven. Son considerados siempre como extranjeros, como ruedas de repuesto, no obstante los esfuerzos de adaptación e inculturación que hacen. Elementos extraños, son aceptados muchas veces solamente en base a los beneficios que se pueden recavar de su presencia. Se viene abajo toda la estructura espiritual y apostólica de la comunión de las Iglesias para la misión, que los había empujado a partir. La Redemptoris Missio se hace eco de este malestar real, cuando afirma que las Iglesias jóvenes están tentadas de “cerrar las puertas a los misioneros” para preservar la propia identidad, para poner en acto un correcto proceso de inculturación y crecer en libertad “sin influencias externas” (cfr. RM n. 85).
A esto se añade el hecho de que no es infrecuente que ellos adviertan la inutilidad de su presencia y de su actividad. Al derroche de energías y de recursos materiales por actividades de promoción social no siempre se corresponden resultados adecuados. Proyectos de desarrollo a veces fallan miserablemente por las resistencias, las hostilidades y el egoísmo de las personas a las cuales se dirigen. Se tiene la impresión de que no se logra cambiar en sentido humano y evangélico la mentalidad de la gente.
Ni tampoco las cosas parecen ir mejor por lo que se refiere a la predicación del Evangelio. Los misioneros son vistos como portadores de una fe y de una cultura extranjera, sobre los cuales pesan injustamente algunas condenas históricas, y de las cuales ellos no tienen culpa alguna. Por esto muchas veces se ven tentados “de limitar con pretextos diversos su campo de acción misionera” (EN, 50), especialmente en aquellos países en los cuales está en acto un clima generalizado y violento de sospecha contra la religión cristiana, como en los países de mayoría musulmana y también en vastas zonas del Sudeste asiático.
La tarea de anunciar a Jesucristo a todos los pueblos es inmenso y desproporcionado respecto a las fuerzas humanas. Las dificultades serían insuperables si se tratase de una obra solamente humana. Pero nosotros sabemos que los protagonistas de la misión no somos nosotros, sino Jesucristo y su Espíritu. Los misoneros somos colaboradores. Como a Santa Teresita del Niño Jesús, así también a nosotros nos corresponde el deber de rezar por todos los misioneros y misioneras diseminados por el mundo, para que el Espíritu haga crecer en ellos la fe, y para que experimenten cada día la presencia consoladora de Cristo, que los acompaña en todo momento de sus vidas. (P. Vito Del Prete, PIME) (Agencia Fides 3/9/2007, líneas 53, palabras 799)


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