VATICANO - "San Pablo y la pasión por Cristo" - Una reflexión con ocasión de la apertura del Año Paulino

jueves, 28 junio 2007

Ciudad del Vaticano (Agencia Fides) - La inauguración del Año Paulino ofrece a todos una importante ocasión para profundizar en el conocimiento de la personalidad carismática y fascinadora de San Pablo, primer grande evangelizador de los paganos y autor de trece cartas que forman parte del Nuevo Testamento.
Figura de gran actualidad, él es hombre de tres culturas: fariseo acérrimo, originario de Tarso - importante centro del clasicismo - y ciudadano romano ya desde el nacimiento. Perseguidor de los cristianos, en el camino hacia Damasco vive la experiencia del conversión- vocación a Cristo, (Hch 9,1-19) de donde será enviado a predicar al mundo la "palabra de la cruz” (1Cor 1,17-18). Constituido apóstol, transmite lo que ha recibido (1Cor 15,3-5) defendiendo infatigablemente su evangelio de toda distorsión (Gal 1,8). No duda por ello en condenar el anuncio de un Cristianismo distinto - aunque este fuera anunciado por un ángel del cielo - y, con proverbial franqueza, se proclama para nada inferior, en la doctrina, a los elocuentes "súper apóstoles" (2Cor 11,5). Hoy, frente a los desafíos que plantea la inculturación del evangelio, la globalización y las discusiones éticas, la Iglesia encuentra en su vivencia un modelo vivo de heroica fidelidad al mandato del Señor.
En su apostolado, además, parece ya delinearse la dialéctica entre razón y fe que tanta parte tiene en el debate actual sobre el Cristianismo. La misión que le confió Cristo, en efecto, le pondrá en la condiciones de afrontar la sabiduría griega y las instancias de la fe hebrea, para quienes el misterio pascual cristiano es locura o escándalo (1Cor 1,23). Ni mera "fe" ni sola "razón": Pablo anuncia a Cristo, un "misterio" que exige sustanciales cambios en la mentalidad dominante pero que se sirve de categorías y medios expresivos racionales. Con el evangelio, él afirma una nueva mentalidad, el nuevo "pensamiento" cristiano (1Cor 2,16) que coincide con el anuncio de la cruz, (1Cor 2,1-2). Esta no anula la razón sino a sus adoradores (1Cor 1,19), no desconoce la comprensión humana sino que revela sus límites ante lo inefable. El pensamiento de Cristo es el único capaz de superar las divisiones y crear comunión (1Cor 1,10).
Pero Pablo es sobre todo un enamorado del Crucificado-Resucitado. La acogida que encontró el apóstol entre los humildes será sólo un breve paréntesis entre las persecuciones y las tergiversaciones sufridos por los poderes dominantes, los fracasos y las humillaciones reservadas a los doctos (Hch 17,22-34). En él vive el “Yo”" de Cristo (Gal 2,20) representado fielmente en el calvario de los innumerables sufrimientos del apóstol (2Cor 11,23-33). Esta unión vital con el Crucificado-Resucitado lo hace fecundo de numerosas creyente que de son engendrados a la fe, por "sus cadenas" y su predicación (Flm 10; 1Cor 4,15). Así como de la muerte de Jesús nace la vida, así en las tribulaciones de Pablo, el dolor se transforma en alegría, la vergüenza en vanagloria, la condena en perdón. Por ello, él podrá exhortar a sus discípulos a ser sus imitadores, como él lo es de Cristo (1Cor 4,16; 11,1). Análogamente, se muestra contento de los sufrimientos que soporta por ellos, completando lo que falta en su carne a los padecimientos de Cristo a favor de su cuerpo que es la Iglesia (Col 1,24).
El amor de Pablo por Cristo llega a implicar todos los aspectos de su teología. Todo viene de él "cristologizato": Dios es el Padre del Señor nuestro Jesucristo, el Espíritu es de Cristo, todo ha sido creado "por medio de Él y para Él", la misma Iglesia es "Cuerpo de Cristo", los apóstoles son “siervos de Cristo", cada bautizado - judío o griego, esclavo o libre, hombre o mujer - es una sola persona en Cristo. A quien se proclama justo delante de Dios por las obras de la ley judía, Pablo opone precisamente la fe en Cristo como camino de justificación (Gal 2,16). Pero de esta fe él ve desbordarse un potente dinamismo que la hace "operante por medio del amor” (Gal 5,6). Cada uno, en efecto, deberá comparecer ante el tribunal de Cristo, para recibir el pago "de lo que haya hecho cuando estaba en el cuerpo, sea en bien que en mal" (2Cor 5,10). Y Pablo también será modelo de amor efectivo hacia todos, especialmente hacia los pobres (1Cor 16,1).
Su incansable ministerio, se desarrolla pues bajo la insignia del generoso don de si por la Iglesia. Después de la solícita actividad de los tres grandes viajes misioneros y del ministerio desarrollado "en Jerusalén", es enviado por el Señor a dar testimonio de El “también en Roma", (Hch 23,11). Su intento constante no es sólo la predicación de la verdad sino también la edificación de la unidad, porque el anuncio del evangelio no puede prescindir de la concordia entre los creyentes. Movido por esta exigencia, ya después de su Bautismo buscó la comunión visible con Pedro y con las Columnas de la Iglesia. A ellos expuso su evangelio para evitar "correr en vano" (Gal 2,2.9). Su apostolado sucesivo asumirá destinatarios distintos de aquellos de los "Primeros" apóstoles. Esta atención hacia la unidad que no homologa, que permanece indisoluble y sin embargo sensible a las diversas manifestaciones del Espíritu, seguirán aunando a los apóstoles Pedro y Pablo en el testimonio fiel, hasta al martirio por amor a Cristo que ocurrió precisamente en Roma, según fuentes extrabíblicas. Este testimonio y esta muerte gloriosa se perpetuarán, en los siglos, en los hechos de la Iglesia. Las vicisitudes sufridas en su cuerpo, se renuevan todavía hoy en el Cuerpo místico de Cristo en todas las latitudes. (Mons. Carmelo Pellegrino) (Agencia Fides 28/6/2007; Líneas: 64 Palabras: 944)


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