VATICANO - LAS PALABRAS DE LA DOCTRINA de Don Nicola Bux y don Salvatore Vitello - El Sagrado Corazón y el “misterio humano”

jueves, 21 junio 2007

Ciudad del Vaticano (Agencia Fides) - Si bien es verdad que el icono del Corazón de Cristo ha sido interpretado de distintas maneras a lo largo del tiempo, oscilando entre los dos extremos desde una devoción sentimental a un extremo intelectualista y casi racionalista, "relectura teológica", es igualmente verdad que la evocación al "corazón", en la Sagrada Escritura, remite ineludiblemente a un centro personal y existencial, al núcleo de la persona misma, en el que convergen aquellas facultades que la distinguen esencialmente del resto de la creación.
Mirar al "Sagrado Corazón de Jesús" significa poner la atención en el gran misterio de Su humanidad, de Su ser hombre perfecto, completo, en vista del Cual todas las cosas fueron creadas y en el que hemos sido elegidos antes de la creación del mundo (cfr. Ef 1,4)
Que Dios haya elegido la Encarnación como método para manifestarse a los hombres, elevando la misma naturaleza humana como “lugar de epifanía” de Su realidad de Amor, debe seguir admirándonos , sobre todo en la clara y teológicamente cierta conciencia del permanecer en la presencia de Cristo muerto y resucitado en la Iglesia, Su cuerpo místico.
Celebrar el Sagrado Corazón de Jesús significa, antes que nada, hacer memoria de la Encarnación del Verbo eterno y, al mismo tiempo, prestar particular atención sobre la fascinante humanidad de Cristo.
Si la diferencia entre la humanidad del Señor y nuestra pobre humanidad queda irreducible, ya que es diferente la Persona sobre que ellas se asientan, aparece sin embargo en toda su grandeza y en su atractivo el camino de continua personalización al cual es llamado todo hombre
En este sentido la referencia al "corazón" es una invitación a acogerse a si mismo como "misterio" en la conciencia, progresivamente adquirida, que cada uno participa de una irreducibilidad y de una constitutiva apertura al infinito, documentada por exigencias y evidencias, que son el eco más elocuente del ser "imagen y semejanza de Dios" (cfr. Gn 1,26-27).
Precisamente en esta dimensión de misterio, aún en la conciencia de todos los límites y pecados a los que cuales se expone la persona, es necesario comprender de nuevo el propio corazón, la propia dimensión personal y humana. Ésta no es hoy, como se quiere hacer creer, la causa del peligroso y difuso antropocentrismo. Al contrario siempre asistimos a una mayor "reducción" de lo humano, reducción de sus necesidades fundamentales, de sus capacidades cognoscitivas respecto a la realidad y de la verdad: el relativismo filosófico ha invertido inevitablemente también la idea de hombre, mortificando con ello los deseos y reduciendo las aspiraciones infinitas.
Una criatura que no se entienda en relación con el propio Creador, un hombre que censure la propia constitutiva apertura al infinito y, en fin, el propio "corazón", la propia esencia humana, vive una radical "distracción del yo” que nada tiene a que ver ni con la justa superación del egoísmo, ni con una correcta antropología cristiana.
Mirar al "Corazón de Jesús" significa entonces revaluar con humildad y verdad el prodigio del ser humano que Dios mismo ha querido asumir. Particularmente en el día por la Santificación del clero, significa mirar la humanidad de Cristo como modelo para cada sacerdote que "tomado entre los hombres, es constituido por el bien de ellos en las cosas que conciernen Dios" (Heb 5,1.).
La mirada dirigida hacia la humanidad de Cristo, lejos del crear estériles sentimientos de culpa por la inevitable inadecuación de cada humanidad, debe abrirse a la acogida de si mismo, de la propia dimensión humana comprendida como misterio, como signo elocuente de la constante y fiel presencia Dios el cual, también a través de todos los límites, habla al hombre y al sacerdote: Cristo no nos pone a salvo de nuestra humanidad, sino a través de ella; no nos salva del mundo, sino que ha venido al mundo para que el mundo se salve por medio de Él (cf. Jn 3,17). (Benedicto XVI Mensaje Urbi et Orbi 25 diciembre de 2006. (Agencia Fides 21/6/2007; Líneas: 49 Palabras: 662)


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