VATICANO - AVE MARIA de don Luciano Alimandi - "La hora del Espíritu Santo"

miércoles, 30 mayo 2007

Ciudad del Vaticano (Agencia Fides) - "Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón" (Mt 11, 29). Estas palabras del Señor resuenan con fuerza en el ánimo de los que quieren ser iluminados por el Espíritu de Dios y no se cansan de buscar el rostro de Cristo. Mansedumbre y humildad son las características principales de la auténtica acción del Espíritu Santo en un alma. Hombres y mujeres de espíritu, a lo largo de los siglos de la Iglesia, se distinguieron ante todo por estas dos virtudes capaces de hacer presente a Jesús, como El ha proclamado: "¡aprended de mí!"
La solemnidad de Pentecostés, que acabamos de celebrar, nos habla de una acción impetuosa del Espíritu Santo en el cenáculo de Jerusalén. La Iglesia estaba en su albores, necesitaba una fuerza que le permitiera manifestarse al mundo de manera potente. Hoy, a dos mil años de distancia, nuestras comunidades siguen necesitando signos. Nunca como hoy necesita el Espíritu, de hombres y mujeres dóciles a su acción, que dejen a un lado sus intereses personales y, animados únicamente por el deseo de la gloria de Dios, se dejen conducir por Él como plumas.
El Espíritu Santo se infunde continuamente en la Iglesia universal y en todo corazón que busca a Jesús que "dona el Espíritu sin medida" (Jn 3, 34). Pero para poder recibirlo necesitamos vaciarnos del amor propio que, por desgracia, tantas veces domina nuestra vida. El proceso de transformación en Cristo es un proceso espiritual en el que, por medio de la gracia santificante, el espíritu del hombre viejo cede puesto al Espíritu nuevo de Cristo, que inspira "nuevas ideas", "nuevas intenciones", "nuevos sentimientos", "nuevos deseos", "nuevas actitudes". Lo "nuevo" es de Cristo, que ha ocupado el lugar de lo "viejo" que es nuestro.
Una persona acepta dejarse renovar por el Espíritu Santo, como nos dice san Pablo, debe abandonar su hábitos, sus "costumbres", para revestirse de las "actitudes" de Jesús. ¡Precisamente este cambio, de lo viejo a lo nuevo, es la más bella, la única extraordinaria aventura de nuestra vida! ¡Esto significa volar alto, de otra manera se corre el peligro de estancarse o de caminar por sendas tortuosas que, al final, no llevan a la cima, sino que hacen descender de forma improvisa al valle!
¡Cuántas ilusiones llenan el corazón del hombre que no pone a Dios en el primer puesto, sino que los sitúa más abajo, hasta incluso ignorarlo y olvidarlo! El profeta Jeremías llama "maldito al hombre que confía en el hombre" (Jer 17, 5) mientras que proclama "bendito" a quien "confía en el Señor y pone su confianza en el Señor" (Jer17, 7). Nosotros somos "bendecidos" si hacemos lo que Jesús nos manda en el Evangelio: ¡la Voluntad de Dios! Precisamente cuando nos parece que el mundo está derrumbándose en torno nuestro, cuando nuestros sueños chocan con la desnuda realidad, cuando las cosas no van como nosotros habríamos deseado… entonces, quizás, es precisamente la hora del Espíritu de Jesús que llama a la puerta de nuestro corazón para entrar y "cenar con nosotros". Se debe comenzar siempre de la Cruz, de toda cruz humana, para entender y acoger el soplo del Espíritu. ¡Quien aparta la cruz, quién trata de "salvar" aquí abajo su propia vida como nos dice Jesús, la perderá "": ¡perderá la ocasión maravillosa de convertirse en otro distinto a sí mismo, en una criatura nueva para el Cielo!
La Virgen, que estaba con los Apóstoles en Pentecostés, ya "llena de gracia" sin embargo siempre abierta a toda novedad del Espíritu, nos enseña a dejarnos inundar por el amor de Dios: Ella, la "toda santa", en Cana, como en Nazaret, Belén como sobre el Gólgota, siempre está dirigida hacia el Hijo para recoger todas sus palabra y hacerla suyas. “Haced lo que El os diga”: he aquí revelado el camino de la efusión del Espíritu Santo. Al decirnos “haced lo que El os diga” no sólo nos anima sino que, como Madre nuestra, nos ayuda a hacerlo: Ella invoca con nosotros el Espíritu, nos abre al Espíritu, nos ofrece al Espíritu. ¡Si la Virgen no hubiera estado invitada a Cana no hubiera tenido lugar la manifestación de la "gloria" de Jesús! Qué gran enseñanza para nuestras comunidades; ¡no olvidemos nunca invitarla a nuestros encuentros con Jesús!
Sin Ella en Cana, los odres habrían quedado vacíos y el vino bueno sólo habría sido un sueño en el corazón de los invitados; por el contrario, la presencia de Maria - estaba la Madre de Jesús" - cambió todo y la alegría se difundió por todas partes. Los Santos nos enseñan que allí donde los corazones se abren a la presencia de Maria se realiza el milagro del Espíritu y los corazones se vuelven más buenos, las mentes más tranquilas, la vida más bella. El vino de Cana, producido directamente por Jesús, era bueno, pero ese vino tuvo una "co-producción" la de Maria su Madre. ¡Dejemos conducirnos por la Virgen, día tras día, paso a paso, y el milagro de la transformación de nuestros corazones se realizará! (Agencia Fides 30/5/2007 - Líneas: 55 Palabras: 857)


Compartir: