VATICANO - AVE MARÍA, por D. Luciano Alimandi - La gloria de Dios brilla en María

miércoles, 9 mayo 2007

Ciudad del Vaticano (Agencia Fides) - En el mes de mayo la Iglesia se dispone a escuchar atentamente a la Madre de Jesús, quien incansablemente dice a nosotros sus hijos: «Haced lo que Él os diga» (Jn 2,5). Son las últimas palabras de María consignadas en el Evangelio de Juan, el apóstol que más a recogido los secretos del conocimiento y del amor que la Madre tenía por el Verbo Encarnado. “Haced lo que Él os diga” es su testamento de amor para nosotros.
Las numerosas apariciones marianas que en el curso de la historia se han ido sucediendo, incluso recientemente, no son otra cosa que la reactualización de esta urgente llamada. Cada vez que llega a faltar “el vino” y se hace nuevamente necesario el milagro del Señor, que vendría a ser la “conversión de la humanidad”, inmediatamente la Madre se hace presente y, como en Caná de Galilea, intercede ante el Hijo invitando a sus siervos a hacer su voluntad. Con amargura hay que reconocer que las apariciones marianas no pocas veces se han terminado convirtiendo en algo para lo cual no habían sido concedidas: ocasión de disputas interminables, contrariedades y extremismos, en un sentido o en otro...
Cada auténtica aparición ha sido concedida esencialmente para invitar a la conversión; allí donde María está presente se cumplen las palabras de Isaías, aplicadas a Jesús: «Acrecentaste el regocijo, hiciste grande la alegría. Alegría por tu presencia, cual la alegría en la siega, como se regocijan repartiendo botín» (Is 9,2). Sería impensable que la sola acción humana y, menos aún la diabólica, pudieran multiplicar alegría y gozo invocando permanentemente la conversión a Dios. Los lugares “visitados” por María conservan una fascinación sumamente especial, que no se puede describir con palabras ni medir con instrumentos humanos; y es precisamente esa fascinación de la presencia de María la que atrae a tantos, vecinos o lejanos, impulsándolos a redescubrir a Jesús.
En esos lugares la acción del Espíritu Santo verdaderamente se intensifica gracias a una oración que no se puede experimentar en otros lugares. María intercede ante el Hijo para que, manifestándose su gloria, la fe en Él aumente en el corazón de todos los hombres de buena voluntad. El amor de María es inconmensurable, su único deseo es que se cumpla la voluntad del Hijo, y que cada una de sus palabras se vuelva realidad vivida, sin titubeos, dudas y, menos aún, amarguras.
A veces se presenta la tentación de creer que si seguimos el Evangelio al pié de la letra pasaremos a ser de los “perdedores”, de los “olvidados” o de los “marginados”. Y para el “mundo” ciertamente lo somos, porque el “mundo” está muy lejos de sentirse atraido por el testimonio de vida de los siervos de Cristo que ocupan los últimos lugares. El pensamiento mundano, lamentablemente, cae en la trampa de buscar los primeros puestos, que esto no nos sorprenda: Jesús nos ha puesto en guardia muchas veces frente a esta tentación.
La sierva del Señor, no lo olvidemos nunca, se hace mucho más presente en nuestra vida cuando crece en nosotros el deseo de la humildad, pues cuanto más nos hacemos pequeños, misteriosamente, más resplandece en nuestra vida la gloria Dios. Es como si en esos corazones se grabaran con caracteres cubitales aquellas magníficas palabras del salmo que dicen: “Alaben, servidores del Señor, alaben el nombre del Señor” (Sal 113,1).
Es hermoso releer en este contexto un pasaje de la oración que el Santo Padre Benedicto XVI dirigió a María a su llegada a la ciudad de Mónaco de Baviera: «...Tu Hijo, poco antes de llegar la hora de la despedida dijo a sus discípulos: “El que quiera llegar a ser grande entre vosotros será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros será esclavo de todos” (Mc 10, 43). Tú, en la hora decisiva de tu vida, dijiste: “He aquí la esclava del Señor” (Lc 1, 38) y viviste toda tu existencia como servicio. Y lo sigues haciendo a lo largo de los siglos de la historia. Como en cierta ocasión, en Caná, intercediste silenciosamente y con discreción en favor de los esposos, así lo haces siempre: cargas con todas las preocupaciones de los hombres y las llevas ante el Señor, ante tu Hijo. Tu poder es la bondad. Tu poder es el servicio...» (Benedicto XVI, 9 settembre 2006).
¡Quiera Dios que gracias a la presencia de María, se multiplique en el ánimo de los fieles la alegría de dar al Señor toda la gloria y la alabanza por siempre! (Agencia Fides 9/5/2007 - líneas 52 palabras 773)


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