Mayo: “Para que en los Territorios de Misión no falten los buenos y sabios formadores para los Seminarios mayores y los Institutos de vida consagrada. ”. Comentario a la intención misionera indicada por el Santo Padre, por el P. Vito del Prete, PIME, Secretario general de la Pontificia Unión Misionera

miércoles, 2 mayo 2007

Ciudad del Vaticano (Agencia Fides) - A una escasez de vocaciones al prebiterado y a la vida consagrada en las Iglesias antiguas, se opone un rico florecimiento en las Iglesias jóvenes de los territorios de misión. Son centenares y centenares los jóvenes que cada año piden entrar en los seminarios, o ser aceptaos en las congregaciones e institutos religiosos. Por este motivo, muchas congregaciones eropeas y americanas han invertido lo mejor de su personal para el reclutamiento y la formación en los territorios de misión.
No se trata de seminarios menores, que en ciertos países y en determinados tiempos no es difícil llenar. Pueden convertirse, y muchas veces en realidad lo son, en escuelas cristianas donde es posible dar una educación cristiana. Yo hablo de seminarios mayores, que no consigen acoger a todos aquellos jóvenes que piden inciciar el camino hacia el sacerdocio. En Myanmar, que tiene una población católica de 600 mil personas, hay más de 270 seminaristas mayores que las esructuras formativas locales no llegan contener, por lo que los Obispos se ven obligados a enviar a sus seminaristas a Filipinas, a Italia, y Estados Unidos.
La carencia de estructuras es un problema que se puede resolver con una ecuánime distribución de recursos económicos en un contexto de comunión entre las Iglesias. Más delicada y dramática es la falta de formadores, sin los cuales no es posible asegurar a la comunidad cristiana pastores según el corazón de Dios, que sean modelos del seguimiento de Cristo, ricos en humanidad, dispuestos a dar la vida por la propia grey y a ser signos proféticos de la ternura de Dios.
Los formadores, así como los quiere la Iglesia, no son técnicos, ni preparan a sus discípulos para ejercer una profesión. Son pedagogos, cuyo cometido es ayudar a los seminaristas a formarse una sólida personalidad humana, a comprender y a asimilar el misterio de Cristo, cuya misión quieren continuar. Son formadores en la medida en la cual son testimonios auténticos y creíbles, a la escucha continúa de la Palabra de Dios, deseosos de ser iluminados y guiados por el Espíritu.
Es cierto que la vitalidad de la comunidad cristiana y de una iglesia depende en gran parte de aquellos que se encargan de la formación de los seminaristas. Pero en este tiempo de transformaciones culturales, la formación al presbiterado y a la vida consagrada se ha convertido en un problema y, por tanto, es más complejo. Esta debe tender a preparar al sacerdote y al religioso para el hombre de hoy, abandonando, si llega el caso, clichés válidos para otros tiempos. Debe ser una formación encarnada, inculturada.
Las Iglesias jóvenes de los territorios de misión tienen las vocaciones, pero precisamente por ser de reciente fundación, no tienen todavía personal suficiente para este delicado sector de su vida. Conscientes de que la formación de los presbíteros y de los religiosos es una prioridad, hacen lo posible por preparar profesionalmente a los futuros formadores. Entretanto, piden a las iglesias hermanas, a los institutos misioneros y a las congragaciones religiosas que vayan a su encuentro con el envío de personal cualificado, como rectores, padres espirituales, docentes de teología. Es verdad que el ministerio es de toda la Iglesia, un pueblo de sacerdotes, reyes y profetas. Pero esta no es un cuerpo indiferenciado, sino compuesto de diversas partes, y cada una está llamado a desarrollar un ministerio específico, según el don recibido del Espíritu Santo. El presbiterado, como el episcopado, son ministerios necesarios que no pueden faltar a la comunidad cristiana, necesarios para su subsistencia y vitalidad.
Por lo cual nosotros tenemos el deber de apoyar a los seminaristas, que son como el corazón de toda iglesia particular. Pero debemos alzar nuestra oración continuamente al Espíritu Santo, para que con su luz ilumine a los formadores y los revista de santidad, para que sean modelos vivientes, formas vivas para sus formandos. (P. Vito Del Prete, PIME) (Agencia Fides 2/5/2007)


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