VATICANO - Un primer acercamiento al "Jesús de Nazaret" de Benedicto XVI - por Don Nicola Bux y Don Salvatore Vitiello

viernes, 20 abril 2007

Ciudad del Vaticano (Agencia Fides) - Hace catorce años salió un ensayo del más conocido estudioso del mundo del judaísmo de los primeros siglos de la era cristiana, Jacob Neusner, titulado A Rabbi talks with Jesus, que el entonces Cardenal Joseph Ratzinger valoró como el más importante para el diálogo judeo-cristiano, entre los publicados en la última década. Él entre otras cosas apuntó que la absoluta honestidad intelectual, la precisión del análisis, el respeto por la otra parte unida a una bien arraigada lealtad hacia la propia posición, caracterizaba el libro y lo convertían en un desafío, especialmente para los cristianos, que deberían reflexionar bien sobre el contraste entre Moisés y Jesús. Las cuestiones que el autor nos dirigía a nosotros, cristianos, tienen fundamento y, precisamente por esto, son fructuosas. Además, el Cardenal apreció el acercamiento del autor que no se dirigía a Jesús como a una ficticia figura histórica, sino que siempre puso en justo relieve la figura real de Jesús, como es presentada en el Evangelio de Mateo.
Según nuestro parecer, este juicio, "mutatis mutandis", puede ser aplicado al libro "Jesús de Nazaret", sea cuanto al contenido sea cuanto al método. Por tanto, es deseable que la salida del libro del Papa induzca a ver de nuevo esa impostación de pluralismo relativista, que caracteriza a menudo las comparaciones, no como método científico, sino solo autoreferencial y politically correct, y tampoco método eclesial, porque no ayuda, diría san Pedro, "a dar respuesta a quien pida razón de nuestra esperanza."
Ahora bien, dado que la urgencia de presentar a Jesús en su actividad pública está dirigida, como declara el autor en la Premisa "con el fin de favorecer en el lector el crecimiento de una viva relación con Él" (p. 20) es necesario insertar la obra en el contexto bimilenario de la reflexión sobre Jesús de Nazaret. En el siglo primero de la nuestra era, oír hablar de la resurrección de la carne, del cuerpo y del alma del ser humano, era lo más antitético que podía haber, según la mentalidad de la época. ¿Y si Cristo fuera una semblanza de Dios? - decían no poco cristianos, cuando aún vivían los apóstoles - ¿es posible que Dios haya venido en la carne? Y Juan responde: "Todo espíritu que confiesa a Jesucristo venido en la carne, es de Dios; y todo espíritu que no confiese a Jesús, no es de Dios; es del anticristo, del que habéis oído que viene y que ya está en el mundo" (1Jn 4, 2-3). Con su Evangelio el apóstol testigo presencial, rebate la herejía, llamada docetismo (del griego dokêin).
Dos siglos después se dirá, de otros cristianos seguidores del cura Ario que el Cristo es solamente hombre; otros por el contrario, insistirán que sólo es Dios. El debate cristológico que parecía haber concluido en el siglo V con el Concilio de Calcedonia, en realidad ha continuado, en fases alternativas, hasta Bultmann y los teólogos racionalistas, y cuantos otros han distinguido y/o separado el "Jesús histórico" del "Jesús de la fe".
Y hoy todavía se propone de nuevo la misma situación. Hay quien quisiera abolir o reducir la encarnación y la divinidad de Cristo, para dialogar mejor con judíos y musulmanes. ¡Y pensar que, para sustentar la fe en la encarnación, Atanasio fue desterrado varias veces, Cirilo, Ambrosio, Pedro Crisólogo soportaron escarnios, insultos y persecuciones! Ahora Benedicto XVI no esconde que el suyo es "el intento de presentar al Jesús de Evangelio como el Jesús real como el "Jesús histórico" en sentido real" (p. 18).
A este punto es necesario decir algo a propósito de la exégesis actual de la Sagrada Escritura. Está difundida una idea neognóstica de que para hacer historia hay que liberarse de toda pre-comprensión o interpretación filosófica, en especial si es de fe. ¡Un hombre de fe no puede ser un historiador serio! Pero la fe bíblica presupone hechos que realmente ocurrieron porque no es mítica, incluidas las intervenciones de Dios y las teofanías: por quedarnos en el Nuevo Testamento, desde el nacimiento de Jesús de la Virgen Maria, desde la institución de la Eucaristía en la última cena, desde la Resurrección corporal de Jesús a la venida del Espíritu Santo. Este no excluye que haya aspectos particulares por aclarar y profundizar.
En fin, vuelve a la mente la pregunta de si la fe sea un modo de conocer igual a la razón. No se entiende por qué no lo deba ser, puesto que se admite en las ciencias naturales que, en base al llamado principio de indeterminación de Werner Heisenberg, el hombre conoce la realidad sea en su objetividad sea desde su posición subjetiva y con su capacidad de comprensión. (1)
Por tanto también la fe conoce. Dicha fe no es solo individual sino del pueblo de Dios en camino en la historia y los exegetas, que con frecuencia ponen de relieve su papel para la formación y comprensión de las Escrituras, inspirados por Dios en autores de su pueblo, deberían incluirla razonablemente en la comprensión del Libro.
Una nota más. El beneficio de la exégesis histórico-crítica y sus presupuestos de historicidad y de homogeneidad termina por paralizar.
Por ejemplo, se ha llegado a creer que los libros bíblicos son menos creíbles que las inscripciones halladas de los faraones, de la época de Ghilgamesh; pero los descubrimientos arqueológicos no "prueban" la Biblia, si acaso añaden una evidencia tangible a la de los textos, sin los que los primero serían erráticos. De otro modo se "hace de la Biblia un libro cerrado, cuya interpretación siempre problemática, requiere una competencia técnica que hace de ello un campo reservado a pocos especialistas. A esos algunos aplican la frase del evangelio: Os habéis llevado la llave de la ciencia. No entrasteis vosotros y a los que están entrando se lo habéis impedido" (Lc 11,52; cfr.: Mt 23,13)". (2)
De Lubac, en Historia y espíritu, sobre la obra exegética de Orígenes, sin despreciar la precisión critico histórica filológica, afirma que la Biblia no puede ser reducida a su letra. Y precisamente Orígenes como toda la tradición, decía que la Escritura es de algún modo cuerpo de Cristo, palabra de Dios. Como en Cristo hay una naturaleza humana y una divina, así en su cuerpo bíblico hay un sentido literal, "la carne" y uno espiritual simbólico, "el espíritu", correspondiente a la divinidad de la palabra. Todo el cosmos, la vida y el hombre se originan y concentran en la unidad del Verbo: según el pensamiento de los padres de la Iglesia, toda la historia es una génesis de Cristo.
La Sagrada Escritura vale sobre todo por el Espíritu que se manifiesta según una comprensión que atraviesa en diagonal el espacio y el tiempo, desde que se formó hasta hoy. Ella mientras tanto es Palabra de Dios, en cuanto resuena en un cuerpo vivo que es la Iglesia, dándole voz y abriendo el camino a la comprensión de los misterios del Señor, que quedarían de otro modo sellados, cerrados e incomprensibles. Realmente "ignorar las Escrituras es ignorar a Cristo - dice san Jerónimo luego -… ¿Que diré de su doctrina sobre la física, sobre la ética y sobre la lógica?”. (3) Leerla individualmente o en oposición a la Iglesia en la historia ha llevado a las corrientes esotéricas y a las herejías.
Benedicto XVI dedica a la interpretación de la Escritura este pasaje de su libro, en el capítulo II sobre las tentaciones de Jesús: "Para atraer Jesús a su trampa el diablo cita la Sagrada Escritura, [...] aparece como teólogo. [...] Vladimir Solov'ëv ha retomado este tema en su 'Cuento del anticristo'; el anticristo recibe la licenciatura honoris causa en teología de la universidad de Tubinga; es un gran experto de la Biblia. Con esta narración Solov'ëv ha querido expresar de modo drástico su escepticismo respecto a un cierto tipo de exégesis erudita de su tiempo. No se trata de un no a la interpretación científica de la Biblia en cuanto tal, sino de una advertencia máximamente saludable y necesario frente a los caminos equivocados que ella puede tomar. La interpretación de la Biblia puede efectivamente convertirse en un instrumento del anticristo. No es sólo Solov'ëv quien lo dice, es cuanto afirma implícitamente la narración misma de las tentaciones. Los peores libros destructores de la figura de Jesús, que destruyen la fe, han sido entretejido con presuntos resultados de la exégesis". (p. 57-58).
Giuseppe Ricciotti, el autor de la más célebre Vida de Jesucristo, escrito en 1941 y reimpresa varias veces hasta hoy, escribe: "Los evangelios cuentan que el Jesús sellado en la tumba de los fariseos ha resucitado. La historia cuenta que el Jesús matado sucesivamente mil veces se ha demostrado cada vez más vivo. Ahora, tratándose de la misma táctica, hay motivo para creer que lo mismo ocurrirá con el Jesús clavado de nuevo en la cruz por la crítica histórica".
Él tenía razón, pero no podía imaginar que un Papa - si bien un pensador de excepción - habría estado entre los artífices de la nueva 'resurrección', con la publicación del libro Jesús de Nazaret que marcará la existencia de los lectores sea de los creyentes sea de los laicos, favorables o contrarios.
Por tanto, Vittorio Messori tiene razón en observar que el libro de Joseph Ratzinger "quiere ser un instrumento para "comenzar de nuevo desde arriba” para proceder a esa re-evangelización ya deseada por Juan Pablo II." Pero no en la equivocación del "nuevo principio", que ha condicionado a menudo también la interpretación del Concilio Vaticano II, si no en la feliz certeza de la bimilenaria continuidad de la Iglesia, siempre necesitada de reforma y custodia, humilde y cierta, de la Verdad de Dios. (Agencia Fides 20/4/2007; Líneas: 110 Palabras: 1630)

(1) Der Teil und das Ganze. Gespräche im Umkreis der Atomphysik, München 1969, p. 117.
(2) Pontificia Comisión Bíblica, La interpretación de la Biblia en la Iglesia, Ciudad del Vaticano 1993, p. 27.
(3) Prólogo al comentario del profeta Isaías, 1-2; CCL 73,1-3.


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