VATICANO - Benedicto XVI preside la Santa Misa en sufragio del difunto Pontífice Juan Pablo II: “el intenso y fructuoso ministerio pastoral, y aún más el calvario de la agonía y la serena muerte de nuestro amado Papa, han hecho conocer a los hombres de nuestro tiempo que Jesucristo era verdaderamente su ‘todo’”

martes, 3 abril 2007

Ciudad del Vaticano (Agencia Fides) - “Hace ya dos años, un poco más tarde de esta hora, partía de este mundo hacia la casa del Padre el amado Papa Juan Pablo II. Con la presente celebración queremos en primer lugar renovar a Dios nuestra acción de gracias por habérnoslo dado durante 27 años como padre y guía segura en la fe, pastor celoso y valiente profeta de la esperanza, testigo incansable y apasionado servidor del amor de Dios. Al mismo tiempo, ofrecemos el Sacrificio eucarístico en sufragio de su alma escogida”. Con estas palabras el Papa Benedicto XVI inició su homilía durante la celebración de la Santa Misa, en sufragio del difunto Sumo Pontífice Juan Pablo II. El rito fue presidido por el Papa en la tarde del lunes 2 de abril en el sagrato de la Basílica Vaticana, con Él concelebraron numerosos Cardenales, mientras llenaban la plaza Obispos, sacerdotes, religiosos, religiosas, seminaristas, peregrinos llegados de Polonia y otras partes del mundo, entre los cuales tantos jóvenes, además de las Autoridades civiles y las delegaciones oficiales.
Benedicto XVI subrayó que el segundo aniversario de la muerte del Papa Juan Pablo II se celebra en el particular clima espiritual de la Semana Santa, y citó el pasaje evangélico proclamado: en Betania, “seis días antes de la Pascua”, Lázaro, Marta y María ofrecieron una cena al Maestro. “La cena de Betania es el preludio de la muerte de Jesús - explicó el Pontífice -, bajo el signo de la unción que María hizo en homenaje al Maestro y que Él aceptó en previsión de su sepultura. Pero es también anuncio de la resurrección, mediante la presencia misma de Lázaro revivido, testimonio elocuente del poder de Cristo sobre la muerte”. María de Betania en un cierto momento, “tomada una libra de aceite perfumado de nardo auténtico, ¿?? (Jn 12,3): es un gesto que “habla del amor por Cristo, un amor sobreabundante, pródigo, como aquel ungüento ‘muy precioso’ derramado sobre sus pies. Un hecho que sintomáticamente escandalizó a Judas Iscariota: la lógica del amor choca con la del provecho”.
Esta unción “evoca el testimonio luminoso que ofreció Juan Pablo II de un amor por Cristo sin reservas y sin guardarse nada - dijo Benedicto XVI -. El ‘perfume’ de su amor ‘llenó toda la casa’ (Jn 12,3), es decir toda la Iglesia… el amor de Papa Wojtyła por Cristo ha rebosado, podríamos decir, en toda región del mundo, así de grande era su fuerza e intensidad… el intenso y fructuoso ministerio pastoral, y aún más el calvario de la agonía y la serena muerte de nuestro amado Papa, han hecho conocer a los hombres de nuestro tiempo que Jesucristo era verdaderamente su ‘todo’”.
“La fecundidad del testimonio de Papa Juan Pablo II depende de la Cruz - prosiguió el Santo Padre -. En la vida de Karol Wojtyła la palabra ‘cruz’ no ha sido solamente una palabra. Desde su infancia y juventud él conoció el dolor y la muerte… Especialmente con el lento pero implacable progreso de la enfermedad, que poco a poco lo despojó de todo, su existencia se hizo enteramente una oferta a Cristo, anuncio vivo de su pasión, con la esperanza llena de fe en la resurrección. Su pontificado se desarrolló bajo el signo de la ‘prodigalidad’, del donarse generoso sin reservas. Desde hace largo tiempo él se preparaba al último encuentro con Jesús, como documentan las diversas versiones de su Testamento… Murió rezando. Verdaderamente, se durmió en el Señor”.
Volviendo a la anotación evangélica “… y toda la casa se llenó del perfume del ungüento” (Jn 12,3), el Papa destacó que “el perfume de la fe, de la esperanza y de la caridad del Papa llenó su casa, llenó Plaza San Pedro, llenó la Iglesia y se propagó en el mundo entero. Lo que ocurrió después de su muerte ha sido, para quien cree, efecto de aquel ‘perfume’ que llegó a todos, cercanos y lejanos, y los atrajo hacia un hombre que Dios había progresivamente conformado a su Cristo”.
Verdaderamente se puede aplicar a él las palabras del primer Cántico del Siervo del Señor: “He aquí a mi siervo, a quien sostengo”. Juan Pablo ha sido un auténtico “Siervo de Dios” subrayó Benedicto XVI: “esto es lo que él fue, y así lo llamamos ahora en la Iglesia, mientras avanza rápidamente su proceso de beatificación, del cual se cerró justamente esta mañana la investigación diocesana sobre su vida, sus virtudes y su fama de santidad. Siervo de Dios: un título particularmente apropiado para él. El Señor lo ha llamado a su servicio en el camino del sacerdocio y le abrió poco a poco horizontes más amplios”. El Pontífice concluyó su homilía invitando a abrir el corazón a la esperanza, según la exhortación del Salmista, diciendo que estaba seguro de que en la comunión de los santos, el amado Juan Pablo II, desde la casa del Padre no cesa de acompañar el camino de la Iglesia: “El Totus tuus del amado Pontífice nos estimule a seguirlo en el camino del don de nosotros mismos a Cristo por intercesión de María, y que nos lo obtenga justamente Ella, la Virgen Santa, mientras en sus manos maternas confiamos a nuestro padre, hermano y amigo para que en Dios repose y goce en paz” (S.L.) (Agencia Fides 3/4/2007 - líneas 57, palabra 885)


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