VATICANO - El Papa Benedicto XVI abre la Semana Santa con la celebración del Domingo de Ramos: “Que el Señor nos ayude a abrir la puerta del corazón, la puerta del mundo, para que Él, el Dios vivo, pueda llegar con su Hijo a nuestro tiempo, pueda alcanzar nuestra vida”

lunes, 2 abril 2007

Ciudad del Vaticano (Agencia Fides) - “En la procesión del Domingo de Ramos nos asociamos a la muchedumbre de discípulos que, con alegría, acompañan al Señor en su ingreso a Jerusalén. Como ellos, alabamos al Señor a gran voz por todos los prodigios que hemos visto”. Con esta exhortación el Santo Padre Benedicto XVI inició su homilía durante la celebración del Domingo de Ramos y de la Pasión del Señor, que se realizó en la plaza de San Pedro en la mañana del domingo 1 de abril. El Papa bendijo los ramos y los olivos junto al obelisco en el centro de la plaza, guió la procesión hacia el sagrato de la Basílica Vaticana, donde celebró la Santa Misa. Fueron numerosos los jóvenes de Roma y de otras diócesis que llenaban la plaza con ocasión de la XII Jornada Mundial de la Juventud.
“También nosotros hemos visto y vemos los prodigios de Cristo - dijo el Papa en la homilía -, como Él lleva hombres y mujeres a renunciar a las comodidades de la propia vida y a ponerse totalmente al servicio de quienes sufren; como da el valor a hombres y mujeres para oponerse a la violencia y a la mentira, para hacer lugar en l mundo para la verdad; como Él, en lo secreto, induce a hombres y mujeres a hacer bien a otros, a suscitar la reconciliación donde hay odio, a crear paz donde reina la enemistad”.
Deteniéndose en el significado de la procesión, que caracteriza la liturgia del domingo de Ramos, Papa Benedicto XVI explicó: “La procesión es sobre todo un alegre testimonio que damos a Jesucristo, en quien se nos ha hecho visible el Rostro de Dios y gracias al cual el corazón de Dios está abierto a todos nosotros… la procesión de los Ramos es también una procesión de Cristo Rey: nosotros profesamos la realeza de Jesucristo, reconocemos a Jesús como el Hijo de David, el Salomón, el Rey de la paz y de la justicia. Reconocerlo como Rey significa: aceptarlo como Aquel que nos muestra el camino, en quien confiamos y seguimos… La procesión de los Ramos es - como aquella vez para los discípulos - expresión de alegría, porque podemos conocer a Jesús, porque Él nos concede ser sus amigos y porque nos ha donado la llave de la vida. Esta alegría es también expresión de nuestro “sí” a Jesús y de nuestra disponibilidad para ir con Él donde sea que nos lleve”.
Entonces, si la procesión es también representación simbólica de aquello que llamamos “secuela de Cristo”, es justo preguntarse que quiere decir concretamente “seguir a Cristo”. Para los primeros discípulos, explicó el Santo Padre, el sentido era muy simple e inmediato: “significaba que estas personas habían decidido dejar su profesión, sus negocios, toda su vida para ir con Jesús… de este modo la secuela era algo exterior y, al mismo tiempo, muy interior. El aspecto exterior era el caminar tras Jesús en sus peregrinaciones a través de Palestina; el interior era la nueva orientación de la existencia, que no tenía más sus puntos de referencia en los negocios, en el trabajo que daba el sustento para vivir, en la voluntad personal, sino que se abandonaba totalmente a la voluntad de Otro”. Esta aproximación indica también el significado de la secuela en nuestros días: “Se trata de un cambio interior de la existencia. Exige que yo no esté cerrado en mi yo considerando mi autorrealización como la razón principal de mi vida… Se trata de la decisión fundamental por no considerar más la utilidad y la ganancia, la profesión y el éxito como el fin último de mi vida, sino reconocer como criterios auténticos la verdad y el amor. Se trata de una opción entre vivir solo para mi mismo o el donarme a algo más grande.”
En la liturgia del Domingo de Ramos está previsto el canto del Salmo 24 [23], que “interpreta la subida interior de la que la subida exterior es la imagen y nos explica así una vez más lo que significa elevarse con Cristo”. A la pregunta del Salmo “¿Quién subirá el monte del Señor?” son indicadas dos condiciones esenciales. “Aquellos que suben y quieren alcanzar verdaderamente lo alto, llegar hasta a la verdadera altitud, deben ser personas que se preguntan sobre Dios. Personas que buscan a su alrededor para buscar a Dios, para buscar su Rostro”. En este punto el Santo Padre se dirigió en particular a los jóvenes para recordarles lo importante que es hoy en día “no dejarse simplemente llevar aquí y allá en la vida; no contentarse con aquello que todos piensan y dicen y hacen”. Otra condición para elevarse es esta: “puede estar en el lugar santo ‘quien tiene manos inocentes y corazón puro’. Manos inocentes son manos que no son usadas para actos de violencia. Son manos que están ensuciadas con la corrupción... Es puro un corazón que no finge y no se mancha con la mentira y la hipocresía. Un corazón que permanece transparente como agua de manantial, por no conoce doblez. Es puro un corazón que no se aliena con la ebriedad del placer; un corazón cuyo amor es verdadero y no solamente pasión de un momento.”
El salmo concluye con una liturgia de ingreso frente al portal del templo: Jesucristo con el madero de su cruz, con la fuerza de su amor que se dona, “ha tocado desde el mundo la puerta de Dios; desde el mundo que no encontraba el acceso a Dios. Con la cruz Jesús abre la puerta de Dios, la puerta entre Dios y los hombres. Ahora está abierta. Pero también del otro lado el Señor toca con su cruz: toca a las puertas del mundo, a las puertas de nuestros corazones, que frecuentemente y en gran número están cerradas para Dios”. El Papa concluyó la homilía con esta exhortación: “Que el Señor nos ayude a abrir la puerta del corazón, la puerta del mundo, para que Él, el Dios vivo, pueda llegar con su Hijo a nuestro tiempo, para alcanzar nuestra vida”.
Al final de la celebración del Domingo de Ramos y de la Pasión del Señor, el Santo Padre saludó en diversas lenguas a los peregrinos y fieles reunidos en la Plaza de San Pedro, en particular a los jóvenes reunidos por la XXII Jornada Mundial de la Juventud, deseándoles vivir “una Semana Santa rica de frutos espirituales”. (S.L.) (Agencia Fides 2/4/2007 - líneas 70 palabras 1.116)


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