VATICANO - LAS PALABRAS DE LA DOCTRINA de don Nicola Bux y don Salvatore Vitiello - Elementos fundamentales de la liturgia romana (III): el gregoriano, el silencio y… la campanilla

jueves, 1 marzo 2007

Ciudad del Vaticano (Agencia Fides) - El canto gregoriano, por el hecho de que carece de todo protagonismo, es idóneo al espíritu de la liturgia romana, como los iconos lo son para la bizantina. Guilmard ha escrito que se debe tener presente el sentido del texto, la forma musical, el curso general del desarrollo melódico, el tipo de adorno, el mismo modo, el sentido musical del conjunto. Además: el grado de competencia del coro, la acústica del lugar, el número de coristas. Y no digamos menos de la voz.
El gregoriano, que armoniza cuerpo y alma, está compuesto por contemplativos más que por grandes artistas; así inspiró a Palestrina y puede seguir inspirando la música sagrada de los tiempos venideros. Ciertamente el gregoriano, escribía Juan Pablo II en el Breve Iubilari feliciter de 1980, continua siendo el lazo musical unificador de los católicos, que hace sentir, como ha dicho Benedicto XVI, la unidad de la Iglesia.
La celebración debe conservar un equilibrio fónico homogéneo, por ello, en los cantos y en las oraciones, la voz sumisa es el mejor, ella va conforme a la actitud de humildad y discreción que debemos tener ante Dios. Se deben por ello tener especial cuidado en evitar los tonos "gritados" mas bien usar los sumisos, propios de la oración que se hace en el secreto (cfr. Mt 6,5). En este sentido debe considerarse la liturgia monástica benedictina como el modelo en que inspirarse. Por tanto, comenzando por el sacerdote que guía el pueblo de Dios, se debe restablecer, especialmente en las solemnidades, el canto gregoriano en el Ordinario - ya conocido en lengua italiana - y quizá algunas partes del Propio.
Está luego en la liturgia el silencio, fundamental para escuchar a Dios que habla a nuestro corazón. El alma no está hecha para el ruido y las discusiones sino para el recogimiento; síntoma de ello es el hecho de que el ruido molesta. Ante todo, se debe devolver a la iglesia su dignidad de templo sagrado, dónde nadie habla en voz alta, comenzando por los sacerdotes y los ministros que dan ejemplo. La iglesia es el lugar donde todos se dirigen a Dios en humilde silencio o con voz baja.
Todo eso constituye el rito que es un término que significa reiteración y del que no se debe tener miedo, porque el fiel lo necesita para hacer memoria de Cristo. Los ritos ayudan a los fieles a la familiaridad con el lenguaje litúrgico, gracias a la repetición de los gestos y de los cantos: una elección estilística constante y homogénea que constituya nuestra identidad de orantes de la Majestad de Dios, diferente de la cotidianidad ensordecedora de la vida, de la fragmentación de lenguajes y alambiques que distraen la atención de la centralidad del misterio.
A modo de ejemplo, son erróneos y desvían, las Orientaciones y Normas para Acólitos y Lectores preparados por la Oficina litúrgica diocesana italiana. En el art. 49 p. 15, acerca del momento de la consagración, después de haber recordado la posibilidad de incensar la hostia y el cáliz consagrado, con celo digno de la mejor causa, se indica: "No deben sumarse en este momento velas, campanillas, maestros de ceremonias u otros ministros que sólo servirían para reemplazar las antiguas balaustradas impidiendo la visión y la participación en el Misterio que se celebra en el altar. Para el empleo de la campanilla, en realidad el número 150 (del Coerimoniale Episcoporum) está escrito según las costumbres locales, pero en nuestra Iglesia diocesana ya no existe esta costumbre." Aparte de la equiparación de personas y cosas y la ignorancia sobre el sentido y la función de la cerca (balaustrada en Occidente e iconostasio en Oriente) que desde la época judía y paleocristiana distinguía el santuario o presbiterio de la nave o aula, parece, para el redactor de susodichas notas, que el Misterio se ve mejor sin tal "área" - hoy se usa "presbiteral o ministerial" - y por lo tanto se puede participar. ¡Pobres cirios y… pobres balaustradas - no incluimos el iconostasio, porque no es correcto hablar mal de los orientales - culpables de no hacer participar a los fieles! Dónde con grave estrago, han sido desmanteladas, no parece que haya aumentado la fe. Salvaremos el patrimonio de la fe precisamente dejándolo en su hábitat que es la liturgia y no relegándolo a los museos diocesanos y a los conciertos en las iglesias.
En cuánto a la campanilla, con expresión decidida, como en muchos otros casos, un individuo decide por todos que “ya no existe esta costumbre". Pero si se va por ahí, todavía se oye, porque parece que a pesar de todos los esfuerzos por parte de los ministros, los fieles se distraen y la campanilla, mucho más discreta que una llamada verbal, ayuda a recogerse en el momento más solemne. Esta - hermana menor de las campanas - con su sonido renueva el eterno recuerdo de Dios. ¿O queremos también abolir las campanas? Menos mal que al final las Orientaciones y Normas en cuestión concluyen: "… la Iglesia no nos ofrece liturgias intangibles reguladas en todas partes con normas férreas. Ofrece posibilidades de elección y espacios de adaptación". Por tanto, por encima de las "orientaciones y de normas”… que cada uno se arregla como pueda. ¿Es este el espíritu de la liturgia del que hablan Romano Guardini y Joseph Ratzinger y, entre los dos grandes teólogos, el Concilio? ¿Si la liturgia no es opus Dei, a alabanza de Su gloria, ¿dónde encuentra su fundamento el ars celebrandi? Apremia la formación de los futuros sacerdotes, la educación de los fieles y en primis de los "liturgistas". (Agencia Fides 1/3/2007; Líneas: 66 Palabras: 967)


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