JUAN PABLO II Y LOS SACERDOTES - De Su eminencia el Card. Darío Castrillón Hoyos Prefecto de la Congregación para el Clero

sábado, 18 octubre 2003

Ciudad del Vaticano (Agencia Fides) - Mi breve comentario no pretende explicar completamente el significado y la eficacia del ministerio petrino dirigido a los sacerdotes y el contenido de las numerosas manifestaciones de afecto y de profunda comunión fraterna del Santo Padre en su relación; por el contrario, quiere responder de forma sintética, a la doble pregunta: “¿Quién es Juan Pablo II para los sacerdotes y quién es el sacerdote para el Papa?”
A la primera parte del a pregunta respondo: para los sacerdotes, como para todos los fieles de la Iglesia, Juan Pablo II es ante todo Vicario de Cristo, de Aquel que “preside la comunidad universal en el amor” como decía San Ignacio de Antioquia (A los Romanos). Pero para los sacerdotes de modo especial, el es el Vicario de Jesucristo, crucificado y resucitado a quien se identifican ontológicamente con la ordenación sacerdotal. Es precisamente esta identificación sacramental con el Sumo y Eterno Sacerdocio de Cristo los que une específicamente a todo sacerdote con el Papa, desde el día de la Ordenación presbiteral dada por el Obispo al servicio de la Iglesia universal y particular y de toda la humanidad.
Para la participación en la plenitud del Sacerdocio de Cristo y del amor esponsal, oblativo de Cristo por la Iglesia su Esposa, el Sucesor de Pedro, por divina institución esta revestido en la Iglesia de una potestad suprema, plena , inmediata y universal por el bien de toda la humanidad. Por ello, las sacerdotes ven en el al Pastor universal de la grey (cfr. 21,15-17) y el fundamento visible de la unidad de la Iglesia (cfr. Mt 16,18). Precisamente por voluntad fundadora de Cristo, Juan Pablo II es para ellos el Maestro, Santificador y Pastor. Son confirmados en la fe por él , son confirmados en su ministerio presbiteral por él (cfr. Lc 22,32).
Juan Pablo II es un Maestro amigo de los sacerdotes; es para ellos como un hermano mayor que sabe escuchar y perdonar, pero que sabe también ser muy exigente, con aquella exigencia que brota de la Verdad que no es sino Cristo mismo: una Verdad viva portadora de vida eterna que no admite reducciones y disminuciones.
Puedo afirmar por experiencia persona, que el Papa vive la diaconía de la Verdad con una fidelidad heroica a Cristo y una caridad fraterna tales que no pude dejar de sacudir a toda alma sacerdotal en la búsqueda de una sincera santidad de vida. Son signo elocuente de ello la Exhortación apostólica post-sinodal Pastores dabo Vobis (25 mazo 1992), las 18 catequesis de las audiencias generales de los miércoles que tuvo del 31 de marzo al 29 de septiembre d 1993, sobre el ministerio presbiteral a la luz del Concilio Vaticano II, las anuales Homilías en las Celebraciones Eucarísticas en Caena Domini y del Corpus Domini y las Cartas de los Jueves Santos dirigidas a los sacerdotes desde el primer año de su Pontificado.
“A los inicios de mi nuevo ministerio en la iglesia - escribe en su primera Carta - siento profundamente la necesidad de dirigirme a vosotros, a todos sin ninguna excepción. Tanto a los sacerdotes diocesanos como a los religiosos, a vosotros que sois mis hermanos en virtud del sacramento del Orden.. Pienso en vosotros incesantemente, rezo por vosotros, con vosotros busco las vías de la unión espiritual y de la colaboración... Deseo deciros hoy: Para vosotros sois Obispos, con vosotros sois sacerdote” (Carta Novo Incipietni nostro, n1).
Juan Pablo II, Santificador y Pastor universal de los sacerdotes, hace de la Cruz de Cristo su cátedra en el mundo. Cada día el Papa encarna en su vida las palabras de Cristo: “El Buen Pastor ofrece su vida por las ovejas” (Jn 10,11) y la ofrece sobre todo por los ministros sagrados de la Iglesia ¿Por qué hace esto? La respuesta está resumida en la segunda parte de las preguntas iniciales: ¿quién es el sacerdote para el Papa?
Respondo con un recuerdo que está todavía vivo en mi corazón. Es la memoria de aquel encuentro alegre que, por iniciativa de la Congregación para el Clero, tuvo lugar en el Vaticano en noviembre de 1996 en el Aula Pablo VI con ocasión del 50 aniversario de su Sacerdocio. En aquella ocasión, ante 1500 sacerdotes provenientes de todo el mundo, ante innumerables Obispos y 44 Cardenales que le aplaudieron con tanto calor - yo estaba presente en calidad de Pro-Prefecto de la Congregación - su palabra nos sacudió por la simplicidad y profundidad teológica: “Han transcurrido cincuenta años, queridos hermanos jubilares- dijo- A todos nosotros se refieren las palabras de la Carta a los Hebreos: el “sacerdote elegido entre los hombres, es constituido para el bien de los hombres en lo referente a Dios, para ofrecer dones y sacrificios por los pecados” (Heb. 5,1). Nosotros hemos respondido a esta llamada: “¡Aquí estoy!” .. Nos encontramos en estos días juntos para repetir nuestro “Aquí estoy”- Y añadió: “Con el paso de los años las fuerzas corporales van desapareciendo. Sin embargo, la fuerza interior no sigue las leyes físicas. El sacerdocio en efecto, no puede reducirse simplemente a aspectos funcionales. Somos ministros de Cristo y de Su Esposa y, durante el tiempo que Dios quiera, nos espera una función formidable. Las dificultades y las pruebas no nos desaniman nunca ni nos viene la tentación de repetir el lamento de Jeremías: Señor Dios, yo no se hablar porque soy viejo”. El Señor nos estimula: “No temas: yo estoy contigo para hacerles frente. Yo pongo mis palabras en tus labios (cfr. Jer 1,6-9)”. Queridos hermanos en el sacerdocio... ¿puede haber una vocación más grande y sublime que esta? (Juan Pablo II, Homilía en las Viseras de Jesucristo Sumo y Eterno Sacerdote, nn 4,5,7).
El sacerdocio es, para el Papa, don y misterio, don por la gratuidad de la vocación divina que supera infinitamente al hombre, misterio de la misericordia de Dios que se manifiesta plenamente el sacerdocio de Cristo. He aquí el porque de la predilección de Juan Pablo II por todos los sacerdotes del mundo, en la convicción de que el camino de la nueva evangelización y de la misión pasa por medio del ministerio sacerdotal: por esto debe caracterizarse por la claridad de identidad, por la formación permanente, por la santidad auténtica. El Sacerdote es “el hoy” de Cristo Redentor, el hombre de la Eucaristía, el hombre de la oración, que conjuga en si de forma inseparable santidad y misión y escucha en lo profundo de su alma las palabras de la Sagrada Escritura: “Antes de formarte en el seno materno, te conocía; antes de que nacieses , te tenia consagrado; te he establecido profeta de las naciones” (Jer. 1,5) (cfr. Juan Pablo II. Don y Misterio). No creo tener nada mas que añadir : las palabras de Dios, las palabras de los profetas y los santos, las palabras del Papa son más elocuentes que cualquier otra palabra mía. (Agencia Fides 18/10/2003)


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